
En 1815 tras la derrota de Napoleón I de Francia en Waterloo (Bélgica) las cabezas coronadas de Europa se reunieron en Viena a fin de establecer un nuevo orden mundial basado en el rechazo de la ilustración, del proto liberalismo, del capitalismo, del constitucionalismo, del parlamentarismo, del pensamiento revolucionario, de los avances en ciencias, tecnología, humanismo y religión desarrollados entre 1776 y 1815.
Cinco años mas tarde, 1820, comenzaba un nuevo ciclo revolucionario que no concluiría hasta 1871. Durante ese periodo, las monarquías absolutas cayeron, los imperios se fragmentaros, surgieron nuevos países donde antes había colonias, el Liberalismo y el capitalismo resurgieron con fuerza y el mundo cambió nuevamente.
La moraleja histórica es que cuando se pretende de forma artificial establecer un orden mundial siempre habrá detractores, siempre quedará un «resto fiel» en la oscuridad pendiente del momento oportuno para «asaltar el poder» y echar por tierra ese orden mundial artificial. Es bastante frecuente este fenómeno en toda la historia contemporánea mundial. Los «ordenes mundiales» no surgen de manera natural, sino que se van imponiendo de manera artificial y cuando el sistema falla, todo se derrumba como un castillo de naipes. Eso da lugar a guerras y revoluciones… y vuelta a empezar en el mismo círculo vicioso eternamente.
Es también frecuente que el ser humano tropiece varias veces sobre la misma piedra y que a menudo no aprenda de sus errores y los corrija. El problema de este círculo vicioso es que no se avanza y todo se queda obsoleto. Las ideas del pasado eran buenas en el pasado, pero ya no son buenas en el presente y es cuestionable que lo sean en el futuro. Tiempos nuevos exigen ideas y métodos nuevos. Como diría el bueno de Alonso Quijano «no es bueno meter vino nuevo en odres viejos».
En este arranque del siglo XXI estamos viendo como vuelven los -ismos y los -istas, a los que ahora se añaden los -fobos, los dogmatismos y esencialismos del pasado, la cultura inquisitorial y los anatemas, el absolutismo y el culto a la tradición, la deriva tóxica del lenguaje político y las pandemias identitarias. Vivimos en la cultura de la inmediatez, de las prisas, de la falta de reflexión, de la falta de tiempo relativo, en la cultura de lo hibrido, de los combinados y cócteles ideológicos, unos mejores que otros, aunque algunos se empeñen en remover en vez de agitarlos. Vivimos en la incultura de los ilustres ignorantes que se enorgullecen de su ignorancia y pretenden que todos seamos ignorantes para que ellos no queden mal.
Aparentemente parece que estamos en un nuevo periodo de «entreguerras» o incluso en una segunda «guerra fría», justo ahora en conmemoración de los centenarios del Fascismo, del Nazismo, del Franquismo, del Salazarismo e incluso de los primeros Sovietismos. En España este año celebramos el cincuentenario del fin de la Dictadura franquista y el cincuentenario del principio del proceso democrático. En breve, en 2036, será el centenario del comienzo convenido de la Guerra Civil Española, hito histórico dentro de las grandes sagas nacionalistas de España, algo mitificada ya, gracias a la exégesis filosófica, a la literatura y el cine.
Hace poco tiempo Julián Casanova presentó «Franco» un libro que desmitifica en lenguaje vehicular, para ser mas claro para el lector neófito en historia, la figura histórica de Francisco Franco Bahamonde, que fue un dictador que perduró en su puesto desde 1936 hasta 1975.
Casi cuarenta años de dictadura, que generó a partir de ideologías inconexas en plan «Atrapalotodo», como hacen hoy sus ilustres sucesores, una nueva ideología propia: el Franquismo. Una ideología que mezclaba ideas tradicionalistas, conservadora, liberal, socialismo nacional de tipo italiano (Fascismo), nacional socialismo burgués (Partido Nazi) y su propia mentalidad poco formada intelectualmente, algo insegura, acomplejada, narcisista y con complejo de Edipo sin resolver en la relación con su mujer (a la que consideró como sustituta de su madre).
Acaba de publicarse un libro sobe Cristóbal Colón en el que el autor, también historiador, desmitifica al Almirante y rompe con la imagen idealizada y mitificada de su gran gesta nacionalista hispánica en las Américas.
Basándose en documentos y en investigaciones historiográficas, plantea la hipótesis que Colón ya sabía que América existía entre Europa y Asia en el Atlántico. Es cierto que los portugueses ya se habían adentrado en el Atlántico, descubriendo Madeira y Azores, que descubrieron la corriente del golfo siguiendo los vientos alisios. Que llegaron a Canarias antes que la flota de Castilla, que poco después que estas islas fueran castellanas, descubrieron Cabo Verde e incluso la costa de Brasil en la lejanía.
En España a menudo se olvida que en tiempos de Colón existían varios reinos y dos de ellos estaban con un grado de desarrollo superior al de Castilla. Aragón era ya un imperio en el Mediterráneo, antes de unirse a Castilla, el humanismo y el mercantilismo ya había arraigado en los estados de los soberanos de Aragón. Antes que Castilla se lanzase a la aventura de la exploración, Portugal creó su imperio mucho antes que el de Castilla.
El nacionalismo hispánico otorga a Colón las mas altas atribuciones como héroe nacional. La propia atribución del «descubrimiento de América» en su persona, es parte de la saga literaria, y del relato ideológico y político de los nacionalistas hispánicos, España (en vez de Castilla) se presenta como una Gran Nación. Aunque en realidad como muchos otros historiadores ya habían remarcado con anterioridad, hubo europeos que fueron antes que Colón a las Américas y también gentes del Pacífico. Son hechos históricos validados por la arqueología, la etnología, la antropología, la filología y la investigación historiográfica a ambas orillas del Atlántico.
En España, al igual que en otros países, somos auténticos creadores de mitos fundacionales. Nuestra literatura es rica en justificaciones grandilocuentes, algunos se creen superiores a los demás pueblos del mundo, para cubrir ese complejo de inferioridad endémico que a menudo tienen algunos nacionalistas españoles.
Desde el siglo XIX nos vienen bombardeando con la falsa idea que España siempre «Viaja en el furgón de cola» del tren de la historia, eso nos hace pequeños e insignificantes según esta argumentación. Y esa pequeñez debe ser superada con grandes dosis de estimulantes nacionalistas y de terapia intensa «auto afirmativa» y auto referencial, que fortalezca el «orgullo español». Así como tener «arrojos» en el «ardor guerrero» para combatir a los «enemigos que odian a España».
Generalmente los nacionalistas suelen ubicar el fin del Gran Imperio, no en 1898, 1968 o 1975 como sería lo correcto o lo conveniente, sino en la llegada de la Casa de Borbón-Anjou (Desde 1701), que acabó con el sistema territorial y administrativo polisinodial de la Casa de Austria (casa de Habsburgo-Borgoña) e introdujo el centralismo departamental borbónico importado de Francia.
Realmente en 1701 el sistema imperial español estaba entrando en una fase de autodestrucción debido a la corrupción de las autoridades, en la corte real y en el gobierno de la metrópoli y de las colonias, así como a causa del pillaje de bucaneros y filibusteros franceses y corsarios ingleses en el Caribe, que diezmaron las flotas de galeones de ruta y con ellas fue España despojada de las riquezas de América. Si a ello añadimos el caos que siguió a la guerra de la sucesión española (1701-1715) donde cada parte del imperio comenzó a fragmentarse por los nacionalismos periféricos en Europa y en las colonias americanas que deseaban emanciparse e independizarse.
Los nacionalistas piensan que Felipe V , el primer Borbón español, no hizo un buen papel en la pérdida de las posesiones españolas en Europa y que no supo frenar la ola de independentistas en América y en la península. Sus detractores le calificaban como «Calzonazos, Medio hombre y aburrido, solo pendiente de su magnífica colección de relojes». La crisis del tratado de Utrecht (1713-1715) fue como una bomba de relojería en España. Causó un gran malestar entre la clase dirigente y la ciudadanía, no sólo en las colonias, sino también en la península.
Los borbones introdujeron el absolutismo monárquico en España, pero junto al absolutismo dieron rienda suelta a la ilustración, la antepasada mas remota de todas las ideologías contrarias al absolutismo contemporáneas españolas. Los primeros cuatro soberanos: Felipe V, Luis I, Fernando VI y Carlos III, fueron reformistas.
Felipe V cambió el nombre y el estatus del País: Creó el «Reino de España y de las Indias Occidentales» como un único reino unificado dotado de un único Estado, un estado moderno. Con todos los territorios dispersos de la península que le pertenecían a partir de los Decretos de la Nueva Planta (1707-1716).
Luis I apenas pudo hacer nada dado que tuvo el reinado mas corto de la historia de España. Pero ya apuntaba antes de morir que seguiría la estela reformista de su padre.
Fernando VI fue conocido por la reforma del ejército, en especial creando la Armada Española a partir de flotas dispersas. Su importancia llegó por configurar un ejército permanente, moderno y operativo para España y su imperio americano.
Carlos III es conocido por embellecer y mejorar Madrid, como capital de la monarquía y no sólo de la corte real, la grandeza del monarca debía reflejarse en la belleza de su capital. Pero también fue conocido por acometer la mayor reforma colonial desde el Tratado de Tordesillas.
Tras las reformas hubo absolutistas jóvenes que deseaban profundizar en las reformas siguiendo el pensamiento ilustrado, al que calificaban de «Moderno». Pero otros, mas entrados en años, que predicaban la ortodoxia del absolutismo, sin dejar espacio a las «modas modernas» aferrándose a una idea distorsionada de lo que ellos entendían por «Tradición» y rechazando cualquier forma de «modernidad». Otros en cambio apostaban por liberarse de los absolutistas e ilustrados, a estos les llamaban de forma despectiva «liberales».
A lo largo del siglo XIX y siguiendo todos los acontecimientos del siglo: guerra de la independencia española, Guerras carlistas, desamortizaciones, revolución La Gloriosa, el breve y desaprovechado reinado de Amadeo de Saboya, la revolución federal catalanista de la primera república, el regreso abrupto y final de los Borbones, que coincide en el tiempo con el final del Imperio Español, el nacionalismo a veces no sabía muy bien donde ubicarse, dado que absolutismo, ilustración y liberalismo se superponían los unos a los otros y cada uno tenía una idea distinta del concepto de «patria y nación». el siglo XIX fue de prueba y error, de ensayo de lo que llegaría en el siglo XX, con la aparición del socialismo y la democracia liberal en escena.
Fruto de toda esta experiencia histórica el nacionalismo español actual es diverso y plural aunque sus adeptos siempre lo negarán. Cada nacionalista español tiene una idea diferente de lo que es España y de lo que significa ser español. Pero en todo caso nunca han perdido la frescura de ser reaccionarios e inconformistas con carácter numantino y mucha cabezonería. Caen siempre en los mismos errores, pues carecen del sentido de la autocrítica y son auto referenciales.
Podemos decir que se ha creado un Estado para los Españoles, pero todas las veces en las que se ha intentado crear una nación han fracasado sus impulsores. Eso quiere decir que muchos preferimos ser simplemente ciudadanos de un país llamado hoy Reino de España y que para ser buenos españoles no necesitamos signos de identidad nacional, no necesitamos dogmas nacionalistas para ser ciudadanos ejemplares. Hay quien necesita ser nacionalista generalmente para satisfacer su ego y para sentirse mejor consigo mismo, creyéndose en muchos casos protagonistas de la historia.
Esta perpetua adolescencia española, que por desgracia vivimos hoy, no contribuye en modo alguno a la madurez de España como un país influyente y determinante, sino a todo lo contrario, a comportarnos como unos críos pajilleros malcriados todo el día peleando por no saber gestionar nuestras emociones mas básicas y nuestra sexualidad no satisfecha por sus muchos prejuicios y complejos heredados.
¿Para que ser grandes, acaso es malo ser pequeño? No todos tienen que ser grandes, siendo pequeño también tiene sus ventajas. Esa obsesión freudiana de los nacionalistas españoles por la grandeza es patológica y endémica. Sinceramente no sé «adonde vamos a llegar» porque el panorama es de todo menos bueno.
Ya no suenan los tambores de guerra, ya hay guerra abierta en varios lugares de la tierra, por diversos motivos, aunque con los mismos actores, los mismos señores de la guerra que ahora se consideran así mismos libres del Derecho, del orden y de las buenas costumbres. Nuevos adolescentes mal criados que ponen todo patas arriba, no cumplen con sus obligaciones y se vuelven contestatarios, crueles, delictivos y criminales. Quieren reimplantar el absolutismo monárquico de derecho divino y actuar del mismo modo que en 1815.
La ciudadanía clama al cielo, pide soluciones, nadie las ofrece porque quien puede hacer mas no lo hace porque tienen miedo de estos señores del guerra o por cualquier otro interés oculto personal o partidista. El miedo es la principal arma que usan estos señores de la guerra de videojuego, para someter a su voluntad a todo aquel que ose contradecirlo o mirarlo mal. Hay que vencer el miedo, hay que restablecer el orden y la ley y sobre todo infringir castigos graduales ejemplarizantes a estos señores de la Guerra por sus muchas maldades y crímenes contra la humanidad.
Esto ya no es de buenos o malos, de derechas o izquierdas, esto es de tener dos huevos bien puestos y mandar a la mierda democráticamente a esta gentuza con la cual no se puede razonar pues no creen en la razón. Winston Churchill decía que para vencer a un ogro como Hitler hay que ser un ogro aun mayor.
Premier británico que siempre fue contrario a la «política de apaciguamiento» con la Alemania nazi, el tiempo acabó dándole la razón. Europa puede hoy hacer mucho mas de lo que ha hecho empezando por fortalecer la propia Unión y por frenar el auge de los nuevos reaccionarios. Podría haber hecho mucho mas y aun está a tiempo de hacerlo. Por favor no tiremos todo por la borda simplemente porque algunos tienen miedo a las represalias o al juicio de la historia. Hay que tener coraje y ser coherentes con nuestro espíritu de unidad y democracia.

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