Recientemente Donald Trump a librado una «batalla cultural» (Sic) contra las universidades mas prestigiosas del país, integradas en la «IVI league». Según su argumentario, estas universidades adoctrinan y enseñan a odiar a los judíos, por permitir que hubiera manifestaciones pro-palestinas o porque estuvieran supuestamente (sin prueba alguna) persiguiendo o atacando a estudiantes judíos o israelíes, por lo que las declara «antisemitas». a tal efecto les cierra el grifo de la financiación pública.

Resulta curioso que muchas de esas universidades fueron fundadas por judíos practicantes, resulta curioso que grandes fortunas estadounidenses de origen israelí o de credo judío financien habitualmente dichas universidades. Muchos de esos inversionistas también lo hicieron en la campaña presidencial de Donald Trump.
Sin embargo los rectores de la universidad apoyan la libertad de cátedra de los docentes, la autonomía administrativa y la libertad de los alumnos en lo tocante a ejercer sus derechos civiles en relación con el género, la religión, la raza, la condición social, la etnia, o la ideología que profese. Todo dentro de la constitución estadunidense de 1787 (actualmente vigente) y de las sucesivas normas que afectan a cada Universidad.
Estas universidades reciben a alumnos y docentes de todas las partes del mundo, los intercambios y relaciones normales entre universidades, grupos de estudio, de investigación o de trabajo han hecho de estas universidades las mas prestigiosas en sus respectivos campos. Estas universidades crean valor añadido, generan conocimiento y aportan innovaciones de gran utilidad para la sociedad.
En estas batallas culturales (Sic) se premia toda acción que vaya contra los derechos y las libertades ciudadanas normales en cualquier democracia que se precie de serlo. Pero en el caso de los Estados Unidos el reconocimiento de derechos y libertades está condicionado por la «Meritocracia» , es decir si quieres tener derechos y libertades has de ganártelos. Es decir ponen precio a los derechos y a las libertades ciudadanas como si de una mercancía se tratase

Los derechos y las libertades entran así en el mercado de las batallas culturales. Atacan a a los productores de derechos y libertades (Instituciones democráticas, ONU y todos sus derivados, UE y todas aquellas organizaciones internacionales que no acepten la tutela de estos mercaderes, o no se dejen influir por ellos), atacan a a sus distribuidores (Estado, Gobiernos, parlamentos, poder judicial, Universidades, centros escolares, centros sanitarios….) y a sus comercializadores (partidos políticos [Partido demócrata en EEUU, «Zurdos» en Latinoamérica, Izquierda en Europa] , medios de comunicación, influencers, movimientos sociales, colectivos sociales, asociaciones, grupos de presión…).
Ellos ponen el precio y veden al mejor postor. Ellos hacen el negocio y ellos solo se benefician de sus ventas. «El fin no justifica los medios» es su lema, todo aquello que estorbe se aparta, todo aquello que ayude se fomenta, sin importar las consecuencias o los daños colaterales. Para estos nuevos mercaderes de derechos y libertades lo importante es el negocio y el beneficio que esperan conseguir, es la ley de la selva o la ley del mas fuerte, o la ley de la oferta y la demanda llevada mas allá de su extremo. Aquellos que sobreviven son merecedores de derechos y libertades, aquellos que se queden por el camino, no son merecedores de derechos y libertades. Y no solo no son merecedores de los derechos y libertades; sino que son merecedores de los mayores castigos que la imaginación pueda generar.

Como existen muchos derechos y libertades en el mundo, porque la democracia es uno de los regímenes políticos mas extendidos del planeta, han decidido recuperar metodologías, ideas y medidas represoras y aniquiladoras del pasado para emprender campañas de propaganda muy agresivas y extremadamente violentas, por todos los medios posibles, que hagan de las batallas culturales su bandera, su meta y objetivo primario, que no es otro que acabar con el régimen democrático y sus valores esenciales.
La democracia no comercializa con los derechos y libertades, por tanto a estos mercaderes no les genera beneficio, «es una carga, son muchos gastos, etc…». Su misión es acabar con el estado de derecho, las libertades públicas, la garantía de derechos y libertades y los tribunales de justicia, que les impiden hacer negocio sin cortapisas, sin burocracia y sin impedimentos. Por tanto atacar los principios y valores democráticos es el principal objetivo de estos mercaderes. Es algo que para ellos es necesario prescindir.
Ellos prefieren regímenes autocráticos (Dictaduras) o regímenes oligárquicos donde las leyes las hagan ellos, y sean ellos quienes decidan premios y castigos. Los ciudadanos son necesarios como consumidores, pero tienen vedado quejarse o reivindicar derechos. Los ciudadanos han de ser productores y comerciales de estas batallas culturales. Han de lograr beneficios, han de ganarse sus derechos y libertades en función de su productividad. Aquel que sobresale tiene derecho a todo lo que quiera, aquel que no produce se prescinde de él y deja de ser responsabilidad del estado o de los oligarcas que gobiernan el pais.
Michael J. Sandel, catedrático de Harvard, uno de mis escritores de cabecera, escribió en 2020 un libro («La tiranía del Mérito ¿que ha sido del bien común?», ed. Debate, 2021) que precisamente hablaba de la corrupción de la administración federal y también de las admisiones en las universidades de la IVI league, cuestionaba la cultura del Mérito estadounidense y como esta meritocracia estaba haciendo añicos lo que quedaba de la democracia estadounidense. No fue el único que por entonces alertaba del peligro de estas «batallas culturales».

Muchos de los que alertamos desde el entorno digital y fuera del mismo sobre estas batallas culturales somos a menudo tildados de malas personas, traidores, enemigos de DIos y simplezas como esas. Generalmente de personas que abandonaron los estudios primarios o secundarios, personas que no pudieron entrar en la universidad o no se lo propusieron, personas que carecen a veces de herramientas para entender conceptos especializados o la jerga profesional. Personas que a menudo se fían de lo que sale en las redes o en la prensa.
Son en realidad buenas personas que necesitan información veraz, que necesitan conocimientos mas en profundidad y que necesitan gente que les expliquen las cosas de forma clara para poder entenderlas y cuando no lo consiguen muchas no saben gestionar sus emociones, ni sus pasiones, ni su ira, arremetiendo con contundencia contra todo aquel que sabe, todo aquel que tiene conocimiento, todo aquel que tiene poder para cambiar las cosas. Se agarran en ocasiones a un clavo ardiendo. Son gente que se siente abandonada a su suerte, gente que no confia ya en nadie, que cree que todo el mundo le persigue o que todo el mundo está contra ella por ser ignorante o no tener cultura suficiente para entender las cosas.

Esas personas son victimas directas e indirectas de las Batallas Culturales. Los comercializadores en este mercadeo de derechos y libertades, ven en estas personas al cliente perfecto que no piensa antes de comprar, que lo hace de forma compulsiva o que se conforma con que alguien le explique las cosas con florida oratoria complaciente y condescendiente.
Y aquí nos encontramos a dos grandes grupos de edad, los mayores y los jóvenes. Los mayores porque no pudieron estudiar en el pasado y los jóvenes porque han abandonado los estudios o tienen dificultades en el aprendizaje. A eso sumamos los trastornos mentales y las situaciones psicológicas que generan la falta de trabajo, la dificultad de acceso a la vivienda, el encarecimiento de la cesta de la compra o salarios bajos.
Es cierto que muchos gobiernos democráticos han descuidado la política social y muchos políticos están ausentes de las demandas, reivindicaciones o quejas de los ciudadanos, muchos políticos están mas pendientes de si mismos, de su carrera política, de sus sueldos, de su fama, de su prestigio, que de atender al «bien común». Viven como los medios de comunicación pendientes del «Share» para ver si han de presionar mas o menos al rival.
Ya no hacen los partidos políticos ni programas electorales, ya no prometen cosas utiles, ya no innovan o plantean nuevas perspectivas. Ahora solo basta con desplegar las armas de la batalla cultural contra el rival político y como en todas las guerras al final la victima sigue siendo la ciudadanía quien se siente frustrada por el abandono de sus líderes, estén o no en el gobierno. Este despego de los políticos y ese desánimo y frustración ciudadana es aprovechado por la propaganda de los promotores de batallas culturales para hacer negocio, en este caso electoral. Con sencillas palabras huecas y vacías de contenido que nadie entiende, sin que el elector tenga que pensar o decidir, consiguen éxitos totale en la recaudación de votantes y seguidores.

Ese es su beneficio en este mercado de derechos y libertades, necesario para financiar el asalto al poder, por las buenas (urnas) o por las malas (golpes de estado) e imponer de forma mesiánica y al grito de «La patria está en peligro, salvemos a la patria», la nueva agenda cultural que como el bálsamo de fierabrás del Quijote, prometen sanará de todas las maldades del mundo a la ciudadanía y traerá un mundo de felicidad y armonía para todos.
En lugares donde ese asalto al poder se ha producido: Estados Unidos, Rusia, Israel, Hungría, Polonia, Austria, Argentina, entre otros… aquellas promesas de propaganda han resultado ser papel mojado, aquellos ciudadanos que no hicieron caso a las advertencias y que compraron de forma entusiasta el voto de la batalla cultural son hoy los mas perjudicados de todos, solo los líderes, su guardia pretoriana y sus allegados son los que están recogiendo los beneficios de su operación mercantil. Beneficios que ocultan en paraísos fiscales o invierten en su propio beneficio personal, de sus fundaciones o de sus empresas.
Una vez en el poder despliegan toda su agenda de la batalla cultural, empezando por la demolición controlada del estado, derogando leyes que entorpecían su labor, condenando a jueces que se oponen a su expolio del estado y persiguiendo a aquellos que osan oponerse a su negocio. Destruyen acuerdos, tratados, pactos, puentes, diplomacia… porque todo ello condiciona el negocio y no da beneficio. Atacan a las organizaciones internacionales por que les coarta su «libertad» a la hora de hacer negocios. Incluso en las guerras hacen negocios, independientemente si muere o no gente.

Entonces es cuando comienzan a fabricar nuevos relatos para seguir vendiendo sus batallas culturales y comienza también a exportarlas a otros países, de esa forma surge un sistema asociativo entre lideres que promueven las batallas culturales y que están dispuestas a aniquilar al adversario por cualquier medio.
Un relato mesiánico en el que ellos son los salvadores del pais (los de las batallas culturales) y sus adversarios (los demócratas) los que han generado todo el caos y problemas. En cada pais se ceban con el adversario que mas posibilidades tiene de alcanzar el poder. Entra en juego entonces la competencia brusca, grosera, intimidante, agresiva, violenta para evitar que el rival se lleve a sus votantes potenciales. Todo vale en esta guerra. Da igual las consecuencias o los daños colaterales, da igual la ley y la justicia, todo lo que sea necesario para derribar al contrario es aplaudido y premiado por los promotores de las batallas culturales.
A menudo los promotores en su propaganda atacan «lo Woke» , poca gente sabe lo que significa este vocablo y este pensamiento, pero a ellos les da igual, cuanto menos sepa el votante, cuanto menos piense por si mismo, mas fácil es manipularlo. Usan palabras que suenen bien, que sean fáciles de recordar, que puedan ser usadas como armas arrojadizas en las redes sociales, que se difundan fácilmente y de esta forma subliminar se oriente el voto hacia determinadas siglas políticas. En su relato apoyar lo Woke es «Malo» y no apoyarlo es «Bueno». El lenguaje maniqueo siempre fue muy útil a la propaganda de regímenes e ideologías totalitarias en el pasado.

En los años 50 y 60 cuando la «batalla racial» se daba en las universidades estadounidenses, al no querer algunas de ellas admitir a afroamericanos, surgieron grupos de presión, movimientos en defensa de los derechos civiles, como los del reverendo Martin Luther King, que protestaron con grandes manifestaciones y concentraciones en las principales capitales del país.
A todos estos movimientos se les denominó y agrupó bajo el concepto «Woke» («Despierto» en Inglés). Con el tiempo se incorporaron otros movimientos como las feministas (derechos de la mujer), los LGTBIQ+ (Derechos sobre la orientación sexual y derechos vinculados con el género), los antiabortistas (Derechos sobre la libertad de la mujer), los ecologistas (Derechos medioambientales), y un largo et cetera que se han ido «despertando» en la sociedad, es decir movimientos sociales y colectivos sociales en defensa de los derechos civiles, internacionales y los derechos humanos. En definitiva, los defensores de la democracia, liberal y social.
Atacar a este «despertar» es el objetivo grosero, salvaje y primario de los promotores de las batallas culturales en todo el mundo, que desde la llegada de Donald Trump se unieron los defensores de la ideología MAGA o ampliamente difundida y promovida por el propio presidente y su amigo, o antiguo amigo no está aun muy claro su relación, Elon Musk recientemente.
La penetración social de estas batallas culturales, de la ideología MAGA aplicada a otros países, es ya intolerable, Ya han empezado a demoler la democracia, ya están socavando los cimientos y estructuras de la democracia. Ya están adoctrinando en sus ideologías contra todo lo que suene a Woke. Ya están predisponiendo a parte de la sociedad contra la otra parte, ya están generando problemas allí por donde van. Ya están contaminando el pensamiento, la religión, la cultura, la historia, las universidades, todo lo están contaminando con sus batallas culturales y apenas están encontrando resistencias.

Ha comenzado el asalto al poder bajo el mismo criterio que en la anterior guerra fría (1943-1993), ataque al enemigo imaginario, ataque a el mal imaginario. Crear sensación de inestabilidad o de peligro anima a buscar refugio, anima a defenderse, anima a buscar seguridad. Al igual que entonces, mucha gente lo encuentra en el lugar equivocado, muchos caen en las estafas piramidales de las criptomonedas personalizadas, muchos caen en discursos ricamente elaborados para generar emociones y pasiones, muchos caen en promesas que jamás serán satisfechas.
El culto al líder carismático se mantiene, el culto a la «verdad absoluta» se mantiene, extremismos, fanatismos, fundamentalismos como el movimiento ultracatólico mexicano, o movimientos de telepredicadores a la carta del mundo sectario evangelista. Es como una droga que cada día tiene a mas adictos. Una droga destructiva, alienante, irracional, que solo busca sensaciones de placer efímeras, pero que destruye la personalidad y la humanidad del adicto por dentro. Unas batallas culturales que aun presentadas como bálsamos o curas inmediatas, corroen y destruyen neuronalmente a la sociedad.
Muchos de los que nos molestamos en defender la democracia, sus valores y principios, que no mercadeamos con los derechos y libertades, que no vamos por la vida de moralistas, que solo queremos desarrollar la democracia, seguir avanzando y progresando, que creemos en un mundo basado en reglas, a veces nos desanimamos porque la propaganda de la batalla cultural con uso de la IA es atroz, es irracional, no se puede combatir usando la razón. Pero consideramos que detrás de todas estas batallas hay tan solo el vacío, el humo, nada sustancial. Vemos la artificialidad de estas batallas, las polémicas y escándalos creados artificialmente, las condenas sin pruebas y sin fundamento alguno y lo nada utiles que son en la vida cotidiana de la ciudadanía, que beneficia sólo a unos pocos y que perjudica de forma notable a la mayoría social.

Ante eso solo cabe rearmarse de paciencia, usar el cerebro, desmontar bulos y desinformaciones interesadas. La democracia, liberal o social, está en peligro de disolverse o destruirse según los casos, salvémosla con los valores y principios democráticos, salvémosla con el estado de derecho, con la defensa de los derechos civiles, del derecho internacional y de los derechos humanos. Apostemos por mejorar y profundizar en nuestra democracia, que los políticos se ocupen de la gente, que se les corte la financiación, que se les someta a juicio si incumplen las leyes y se les quite el apoyo social a estos que promueven las batallas culturales.
Personalmente siempre seré un defensor de la democracia y desde luego no acepto lecciones de democracia de los promotores de las batallas culturales. La democracia no mercadea con los derechos y libertades, va en contra de sus principios. Solo las dictaduras y oligarquías mercadean con los derechos y las libertades. Una dictadura nunca será democrática y una democracia nunca será una dictadura.

(Fotos. Créditos a quienes correspondan)
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