El papa de la Iglesia Católica Romana, Leon XIII (1878-1903), fue un papa preocupado por la situación de los trabajadores y de sus familias en el marco de un capitalismo dominante y hegemónico en la mayoría de regímenes políticos liberales occidentales.
Como muchos otros liberales reformistas de su época, consideraba que el capitalismo enriquecía al empresario y contribuía al «Progreso de la nación«; pero perjudicaba notablemente al trabajador y a sus familias.

La encíclica fue publicada en 1891, en una época de grandes cambios en la economía, la sociedad, la política, la cultura y hasta en la religión. Si bien el papa era liberal en sus ideas, en la práctica andaba buscando un punto intermedio entre el capitalismo agresivo y el «socialismo» revolucionario. Un centro que por un lado permitiese a los empresarios ganar dinero y satisfacer sus deseos de clase propietaria y dominante; pero también permitiese a los trabajadores recuperar su «dignidad humana».
A medio camino entre la caridad tradicional paternalista y la beneficencia reformista liberal, el papa hablaba de «Justicia«, siendo el primer papa que introdujo el concepto, que con el tiempo se denominaría «justicia social«, sólo que el papa aun la identificaba en sus términos teológicos de «Justicia» divina.
La Rerum Novarum fue la primera de las encíclicas «sociales» de la Iglesia Católica. En ella se definió el concepto de «Doctrina Social de la Iglesia» que con el tiempo fue modificándose por papas posteriores.
Esta encíclica surgió oportunamente en los comienzos del Movimiento Obrero internacionalista en Europa. En 1864 se había celebrado en Londres la «I Internacional Obrera» que dio paso al socialismo obrero a escala internacional (K. Marx). En 1884, en Berlín – Coincidiendo con la conferencia internacional en la que los grandes imperios se repartieron una vez mas el mundo – se celebró la «II Internacional Obrera», en la que los «anarquistas» rompieron con los «socialistas» y donde comenzó a despuntar un nuevo líder revolucionario, un exiliado procedente de la rusia imperial, Vladimir Illich Ulianovsk (Con el tiempo conocido como «Lenin» ) futuro creador del «comunismo».

En el Reino Unido, en Alemania y otros países el sindicalismo comenzaba a actuar reivindicando una mejora en sus condiciones laborales y de vida. En algunos países se habían creado partidos de clase obrera y asociaciones obreras. EL movimiento comenzaba su andadura.
Para el papa el socialismo revolucionario era «peligroso» para la estabilidad de los países y del sistema burgués-liberal imperante. El Papa ya profetizaba que no adelantarse a los acontecimientos, no poner freno a este movimiento obrero, podría desembocar en una peligrosa revolución obrera. Por ello animaba a poner los medios necesarios para contrarrestar el «peligro«.
Roma siempre había sido el «reino del Papa» en continua discusión con el «reino del norte» (Reino de Cerdeña), controlado en la distancia por Francia; y con el «Reino del sur» (Reino de las Dos Sicilias), disputado siempre por españoles y austriacos. El papa siempre había actuado como potencia dominante en la península itálica, escorándose hacia el norte o hacia el sur según convenía en cada época.
En 1870 con la conquista de Roma y la detención del Papa Pio IX se verificó la unidad italiana bajo el cetro del rey de Cerdeña. Debido a la correlación de fuerzas políticas internacionales entre potencias, cuando el Papa se veía amenazado por el rey de Cerdeña acudía a España como salvadora, y cuando se veía amenazado por austriacos, o bien se apoyaba en Francia o en España.
En 1870 todas las potencias antes en disputa se aliaron para reconocer el «Reino de Italia«, quedándose solo el Papa en su reivindicación del poder «temporal» sobre sus territorios. Ni siquiera España le ayudó en esta ocasión. Austria-Hungría simplemente dejó hacer y no se inmiscuyó.
La «Rerum Novarum» surge en un momento clave para un papa que aun no ha recobrado el poder «terrenal», que está cautivo en su propio palacio, que carece de aliados internacionales y que busca en el poder «espiritual» un medio para recuperar su poder «terrenal».
«debiendo Nos velar por la causa de la Iglesia y por la salvación común, creemos oportuno, venerables hermanos, y por las mismas razones, hacer, respecto de la situación de los obreros, lo que hemos acostumbrado, dirigiéndoos cartas sobre el poder político, sobre la libertad humana, sobre la cristiana constitución de los Estados y otras parecidas, que estimamos oportunas para refutar los sofismas de algunas opiniones. Este tema ha sido tratado por Nos incidentalmente ya más de una vez; mas la conciencia de nuestro oficio apostólico nos incita a tratar de intento en esta encíclica la cuestión por entero, a fin de que resplandezcan los principios con que poder dirimir la contienda conforme lo piden la verdad y la justicia. El asunto es difícil de tratar y no exento de peligros. Es difícil realmente determinar los derechos y deberes dentro de los cuales hayan de mantenerse los ricos y los proletarios, los que aportan el capital y los que ponen el trabajo. Es discusión peligrosa, porque de ella se sirven con frecuencia hombres turbulentos y astutos para torcer el juicio de la verdad y para incitar sediciosamente a las turbas. » (FTE: Rerum novarum (5 de mayo de 1891) | LEÓN XIII)
EL papa al definir la «doctrina social de la Iglesia» establece un manual de usuarios para empresarios y trabajadores. En un intento por mantener contentos a los propietarios y a la vez aparentar estar haciendo algo «justo» con los trabajadores. En aquellos tiempos muchos de los que apoyaron a Garibaldi y al rey de Cerdeña, eran obreros fabriles (Ene el norte) y campesinos (En el sur).
De la doctrina social de la iglesia surgieron dos corrientes contrapuestas, pero a la vez complementarias: por un lado la «democracia cristiana» como nueva ideología de centro-derecha, apoyada directamente por la Santa sede y por el propio Papa. Pero también dio pie al «socialismo cristiano» de centro-izquierda, que fue tolerado inicialmente, pero reprimido en años sucesivos. La economía y la política entraron de lleno en la vida de la iglesia católica, tanto a nivel de la Santa Sede, como en las iglesias locales.
Leon XIII trataba con las comisiones mixtas entre la patronal (La que aporta el capital) y los trabajadores (los que ponen el trabajo) de establecer una «Pax» social en el ámbito laboral, con sus derivadas en el plano social (Desarrollo de una beneficencia religiosa que superase a la caridad tradicional), a través del acuerdo que hiciera productiva la actividad económica y mejorase la vida de los trabajadores. Creó también los «círculos obreros» (Antecedentes de la Hermandad Obrera de Acción Católica) a modo de sindicatos religiosos de clase obrera, pero tutelados por los «consiliarios» impuestos por el clero.

En general la encíclica de Leon XIII fue acogida con entusiasmo por los conservadores y los liberales moderados. Pero rechazada por los socialistas revolucionarios y en cierta forma también por los liberales y socialistas progresistas, quienes vieron en esta nueva doctrina un freno a sus ambiciones reformistas.
En contraposición con esta tercera vía papal, surgió en la periferia secularizada de la iglesia el socialismo cristiano «de Base» , surgido como escisiones «progresistas» de los «círculos obreros» y del desarrollo de la ideología socialista en el mundo obrero.
Si para los partidarios de esta tercera vía lo importante era preservar la producción y en consecuencia apoyar a los empresarios, al tiempo que se controlaba al mundo obrero, siempre sospechosos de ser «hombres turbulentos y astutos para torcer el juicio de la verdad y para incitar sediciosamente a las turbas«; para los socialistas cristianos era una puerta abierta a la «justicia social» no de origen divino; sino de origen humano.
Los «socialistas cristianos» surgieron en el Reino Unido a raíz del cartismo (Sindicalismo británico) y del desarrollo del «Laborismo» como ideología obrera de izquierdas británicas. Definían sus promotores el socialismo como: «los individuos no viven ni trabajan aislados, sino que viven en cooperación entre sí. Además, todo lo que la gente produce es en algún sentido un producto social, y todo aquel que contribuye a la producción de un bien tiene derecho a una participación en él. Por lo tanto, la sociedad en su conjunto debería poseer o al menos controlar la propiedad para el beneficio de todos sus miembros.» (Maurice, Kingsley, Luldow)
Los primeros «socialistas cristianos» (no solo en el Reino Unido, sino en toda Europa) consideraban que esta definición encajaba con el primer cristianismo, el que se reflejaba en los Evangelios. Por tanto consideraban que la «doctrina social de la Iglesia» debería volver a los orígenes del cristianismo, rechazando radicalmente toda la tradición posterior al primer Concilio de Nicea y de los Santos Padres. Nuevo puritanismo (propio del mundo anglosajón) que dio lugar a la creación de comunidades religiosas autogestionadas y a movimientos congregacionalistas.

En 1825, unos setenta años antes, en Francia los escritos de Henri de Saint-Simón, comenzaron a desafiar los dogmas y los principios establecidos por la Iglesia Católica en lo referente a la «cuestión social» que se estaba produciendo ya a los comienzos de la primera revolución industrial. El propuso la idea del «Nuevo cristianismo«, no como una enésima reforma eclesial; sino como una nueva forma de entender el cristianismo, sin variar las doctrinas fundamentales del mismo y sin romper dramáticamente con la Iglesia. Propuso la idea de modernizar y actualizar la iglesia para adaptarla a los nuevos tiempos.
El modelo propuesto por Saint-Simon es distinto al propuesto por Leon XIII. Saint-Simon: «Toda la sociedad debe esforzarse por mejorar la existencia moral y física de la clase más pobre; la sociedad debe organizarse de la manera mejor adaptada para lograr este fin«. Todo un principio social que si bien era consecuente y coherente con los Evangelios, no fue bien entendido en su época debido principalmente a la pervivencia de la costumbre de no cuestionar nada de la iglesia, ni de la historia eclesiástica establecida oficialmente.

Saint-Simón abordaba la cuestión social desde la perspectiva de la virtud cristiana «Caritas» (lat. Amor) por el cual Dios ama a todas sus criaturas, no hace distinción entre ellas, y que además conlleva un mandato: amar al prójimo como a uno mismo. Saint-Simón animaba a la gente a recuperar el sentido etimológico de Caritas, y ello le llevó a proponer abrirse a nuevas realidades, a un nuevo cristianismo, mas social y menos dogmático, mas de encuentro que de lejanía, mas tolerante que intransigente. Abogaba ya en esas fechas por la unidad de la cristiandad (entendido como una familia).
Sin embargo no fue bien acogido debido a que su cristianismo revolucionaba y escandalizaba las conciencias habituadas a la obediencia y sumisión ciega a la iglesia católica y al clero. Saint-Simón fue acusado de «hereje» (término que significa: el que piensa diferente), incluso en ambientes liberales y seculares franceses.
Posteriormente el laborismo cristiano anglosajón unió fuerzas con el socialismo cristiano francés, dando lugar a un movimiento social cristiano a nivel internacional, movimiento que era el alter ego de la democracia cristiana alentada desde la Santa Sede.
Ambos movimientos en realidad se centraban en lo mismo: la dignidad humana del trabajador y de sus familias. Con este principio se fue gestando ya en el primer tercio del siglo XX el concepto de «Justicia Social» como evolución natural de la caridad paternalista y la beneficencia liberal, la «caritas» socialista de Saint-Simón y la justicia socio-productiva de Leon XIII.

El impacto de la «De Rerum Novarum» cambió la perspectiva y el paradigma que hasta entonces tuvo el mundo del trabajo y la percepción que existía en relación a las familias pobres del momento. La revolución industrial había generado «progreso» pero a un dramático coste social. Solo unas pocas familias se beneficiaron de tal «progreso«, la mayoría vivía bajo el umbral de la pobreza, la miseria, la marginación y la exclusión.
Los demócratas cristianos abogaban por un pacto que beneficiaba solo a una parte; en cambio el socialismo cristiano abogaba por una redistribución de la riqueza, de tal forma que todos se beneficiasen. En una familia todos se ayudan y todos velan por el bienestar de la misma. ¿Por qué no apostar por la misma idea aplicada a la economía?
En 1891, estas consideraciones generaban mucho escándalo, mucho ruido de fondo, mucha violencia y en definitiva, aunque la idea era buena para aquellos tiempos, no fue bien entendida por los poderes públicos del momento. El peso del capitalismo agresivo y del sistema burgués-liberal, en aquellos tiempos, impedía actuar de manera decidida hacia la «paz social» que esperaba establecer León XIII, o incluso Saint-Simón. Habría que esperar a los años 30 para ver las primeras experiencias prácticas de estas ideas.
La revolución de 1917 cambió todo el panorama, incluso entre los socialistas cristianos, dado que sufrieron escisiones revolucionarias en función de sus lealtades ideológicas. En 1919 -III y última Internacional Obrera, Moscú 1917 – Lenin puso fin a las internacionales obreras y reformuló (o manipuló según varios autores) el pensamiento de Marx para darle un nuevo empuje a la «cuestión social» en la Rusia bolchevique, surgiendo de ello el «Comunismo revolucionario«, que derivó – empezando por el propio Lenin – en fórmulas autocráticas y despóticas en la gobernanza de algunos países, siendo Y. Stalin el alumno mas aventajado.
La democracia cristiana también fue extremando su discurso, hasta hacerlo mas rigorista y puritano. Confluyendo en los años 20 con el fascismo italiano (que devolvió el poder «temporal» al papa, con la creación del Estado de la Ciudad del Vaticano, Tratado de Letrán, 1929) y en los años 30 confluyendo con el nazismo y con otras ideologías / regímenes extremistas, populistas y nacionalistas presentes en el continente europeo.
El «New Deal» de Roosevelt tras la II Guerra Mundial, imponía una nueva «Pax» en «occidente» en contraposición con la «Pax» de Stalin en la órbita soviética. En el Vaticano Pio XII, restaurado ya su poder temporal, impuso en el «orbe católico» la «democracia cristiana» casi por decreto papal.
Las ideas del socialismo cristiano fueron desarrollándose con aportes de nuevos intelectuales, e incluso teólogos reconocidos, que a través de sus obras censuradas y usando un lenguaje críptico para los iniciados, fueron desarrollando una alternativa viable a la democracia cristiana.
Los años 50 fueron propicios para el cambio de paradigma eclesial, la democracia cristiana iba perdiendo fieles y se fue progresivamente – al tiempo que se secularizaba – alejando de los postulados conservadores de Iglesia Católica.
En ese tiempo hubo una universidad que acogió a intelectuales y teólogos «progresistas» (Procedentes del socialismo cristiano) que desafiaron con sus obras las doctrinas oficiales de la Iglesia Católica y animaban a crear un ambiente de «Reforma» de la iglesia católica para adaptarla a los nuevos tiempos. Ya se hablaba incluso de celebrar un nuevo concilio ecuménico que se planteó como un proceso constituyente. Una nueva Iglesia, para un nuevo tiempo histórico, fundada sobre nuevos principios eclesiales, poniendo el acento prioritario en las cuestiones sociales en el creciente secularismo de la propia iglesia.

Uno de los principales teólogos del momento era el profesor de la Universidad de Tubinga, Hans Küng (1928-2021). Entre 1963 y 1979 se dedicó a profundizar sobre la idea de la reforma de la iglesia católica. Fue un gran estudioso de Historia de la Iglesia, y al igual que los «socialistas cristianos» y en general en esa época de los progresistas eclesiales, consideraba que había que regresar «a los orígenes mismos del cristianismo«, volver la mirada a Jesús de Nazaret, en su substancia humana y en su trabajo en el ámbito social (Véase Justicia Social).
El papa Juan XXIII lo llamó al Vaticano como asesor para preparar el Concilio Vaticano 2º (1962-1965), fruto de aquella colaboración entre el Papa Juan XXIII (1958-1963) y considerado un «papa progresista«, fue la creación en la Universidad de Tubinga del Instituto de Estudios Ecuménicos (Dirigido por Küng) con el fin de buscar una vía de entendimiento entre el catolicismo y otras ramas del cristianismo, acabar con la histórica división y buscar la unidad basada en la diversidad y en la acción evangélica.

Hans Küng fue un «Revolucionario» en la Santa Sede, fue objetivo de las críticas y ataques procedentes del cristianismo «tradicional o conservador«, marcadamente democristiano en sus distintas fases. Hans Küng los llamaba los «Nuevos inquisidores«. Al estar protegido por el papa Juan XXIII, no sufrió depuración inquisitorial, sino que pudo desarrollar hasta 1979 públicamente todo el ideario «progresista«, visibilizando que había corrientes eclesiales que se oponían a la «tradición«.
«Raramente se encuentra otra de las grandes instituciones de nuestra era democrática que trate de modo tan desdeñoso a los críticos y a quienes defienden otros puntos de vista dentro de sus filas, o que discrimine tanto a las mujeres: prohibiendo anticonceptivos, el matrimonio de sacerdotes o la ordenación de Mujeres. Ninguna polariza la sociedad y la política mundiales con tan alto grado de rigidez en sus posiciones sobre los temas del aborto, la homosexualidad y la eutanasia; posiciones siempre investidas de un aura de infabilidad, como si se tratara de la propia voluntad de Dios.
En vista de la aparente incapacidad por parte de la Iglesia Católica para corregirse y reformarse, ¿Resulta comprensible que en los inicios del tercer milenio cristiano la indiferencia mas o menos benevolente que se ha dedicado a la iglesia en los últimos cincuenta años se haya tornado en aversión y una hostilidad ciertamente generalizada? Los historiadores de la Iglesia más críticos y antagonistas son de la opinión de que en los últimos dos mil años de historia de la Iglesia no puede detectarse ningún proceso orgánico de maduración, sino mas bien algo mas parecido a una historia criminal. »
(FTE. Hans Küng, «La iglesia Católica«, ed. Mondadori,2002 PP 17-18)
Hans Küng tuvo un papel relevante como consejero de Juan XXIII y de Pablo VI en el concilio. Un Concilio que reformó la iglesia en todos los sentidos y que abrió la puerta de la Iglesia a nuevos parámetros.

Si bien durante el pontificado de Juan XXIII los avances fueron extraordinarios, hubo una oposición a la «modernidad» del concilio por parte de los llamados «tradicionalistas» quienes consideraban que la iglesia se abría hacia un peligroso camino que llevaría no ya al socialismo revolucionario, sino al comunismo de la URSS. Bien posicionados en los círculos de poder de la Iglesia, maniobraron para boicotear el concilio o para impedir la aplicación del mismo tras su clausura por Pablo VI en 1965.
Pablo VI era partidario de los cambios, pero sin perder el «control» de los cambios y «excesos» que había advertido entre los llamados «Teólogos de la Liberación» surgidos en el seno de la compañía de Jesús en las Américas y que, además de ser participantes en el concilio, fueron muy influyentes entre los socialistas cristianos europeos occidentales. Hans Küng era seguidor de las ideas de este nuevo movimiento «progresista» dentro de la iglesia Católica, al menos en su origen. Para ellos era un primer paso para el éxito de la reforma católica conciliar.

En 1978, el año de los tres papas, Hans Küng estaba ya siendo investigado por la nueva inquisición romana llamada eufemísticamente: «Congregación para la doctrina de la fe», por sus ideas mas revolucionarias. En 1979 le prohibieron enseñar teología católica en su universidad, de la que fue expulsado. Aun así, siguió escribiendo y dando clase en centros seculares no controlados por la Iglesia Católica y fuera de la censura eclesiástica.
la Teología de la Liberación tiene su origen en el Concilio Vaticano 2º, en ambientes jesuíticos latinoamericanos, en el que pusieron en el centro de los debates el concepto de «comunidad cristiana» frente a la institucionalidad de la Iglesia Católica. Consideran que en origen el cristianismo era comunitario, que existía una comunidad de fieles (Comunidades eclesiales de base) autogestionadas que compartían los bienes, donde los líderes de cada comunidad surgían de la propia comunidad, que la toma de decisiones era asamblearia, en general se regían por la costumbre y por la ley natural en cada lugar. Que las relaciones entre comunidades debían ser por alianzas a modo de actuar de forma mancomunada y cooperativa.
Estas comunidades de base – tomadas del movimiento indigenista secular – pusieron el acento en el concilio en la necesidad de tomar como principal fuente de referencia cristiana los Evangelios y tener una «opción preferente por los pobres«. Su referencia en las constituciones conciliares es la constitución «Gadium et Spes» en el que se desarrolla lo que hoy se conoce como «teología pastoral«.

Inicialmente los teólogos y los primeros que comenzaron a aplicar esa opción preferente por los pobres, hicieron un gran trabajo en lo que a desarrollo de los pueblos se refiere, en el desarrollo del concepto «justicia social» aplicado al ámbito eclesial a través del sistema de Cáritas (infraestructura y recursos) y las Obras Misionales Pontificias (financiación de proyectos). La acción se desarrollaba en las parroquias (auge de asociaciones laicas y juveniles que devolvieron la vida a las parroquias) y en misiones (Nuevas órdenes y asociaciones que cambiaron de paradigma el concepto de «misión»).
Pero con el tiempo, sobre todo en los 60 y 70 del siglo pasado, muchos partidarios de esta corriente teológica, se hicieron revolucionarios y comenzaron a formar parte de las «guerrillas» y de grupos políticos que combatían o estaban en oposición a las muchas dictaduras del continente americano. Hicieron causa común en muchos casos con el comunismo latinoamericano y con el indigenismo. Esta deriva revolucionaria no gustó mucho en Europa y tampoco en la Santa Sede.

Los revolucionarios consideraban sus revoluciones como «justas y necesarias«, dado que el poder en esos países estaba en manos de terratenientes y de grandes corporaciones estadounidenses (las famosas repúblicas bananeras y narco repúblicas). Consideraban que acabar con el poder por las armas, era muy justo para la población hambrienta y abandonadas.
Sin embargo en la vieja Europa las cosas se veían de otra manera en clave Guerra Fría, en Occidente no se perdonaba la más mínima tolerancia hacia grupos rebeldes y revolucionarios que dieran ventaja al enemigo soviético. La represión no tardó en llegar. Aquello era un éxito para los tradicionalistas que pronto se alzaron con el poder en la Santa Sede (Opus Dei durante la segunda parte del pontificado de Juan Pablo II). Aquello fue un punto de inflexión. El concilio se frenaba y depuraba por los nuevos poderes facticos. Los socialistas cristianos volvieron a la clandestinidad y los nuevos comunistas cristianos también en la clandestinidad se disponían a acabar con el Establishment de la Santa Sede, incluyendo la figura del Papa.
Los jesuitas, dominicos y franciscanos principalmente recondujeron la teología de la liberación a partir de los años 80 y 90 a fin de no apagar la llama de la reforma conciliar y del sector «progresista» de la Iglesia Católica, en especial en las comunidades eclesiales de base. Con Benedicto XVI, que había estudiado y había sido profesor en Tubinga, Hans Küng , amigo y antiguo compañero de Benedicto XVI en Tubinga, fue rehabilitado en 2005 como teólogo reconocido y aprobado por el Vaticano, por lo que pudo de nuevo publicar en la Santa Sede.
Con Benedicto XVI se acabó el reinado de los «Tradicionalistas» en la Santa Sede a raíz del escándalo «Vatileaks» que de forma clara y contundente desveló la corrupción del Vaticano y los devaneos de algunos cardenales y obispos tradicionalistas con la mafia y criminales. Fue el momento en el que Benedicto XVI decidió renunciar a su pontificado (que nunca quiso) para dejar paso al actual papa Francisco I, que si bien siempre fue un rival en lo teológico, eran personas abiertas de mente y capaces de trabajar juntos por un bien mayor, la salvación e incluso la propia existencia de la Iglesia Católica.

Francisco I , primer papa argentino y jesuita, recuperó el impulso de la reforma de la iglesia de Juan XXIII, expulsó al Opus Dei de los centros de poder del Vaticano, cerró el Banco Vaticano, persiguió y denunció a la mafia que se escondía en el Vaticano, creando un banco mas moderno y orientado hacia la pobreza, el desarrollo y la cooperación internacional.
Francisco I, y mientras vivió Benedicto XVI, trataron de reconducir con ambiciosas reformas las ideas principales del concilio Vaticano II. Cuando falleció Benedicto XVI, Francisco inició, o mas bien recuperó, un novedoso Proceso Sinodal, que al igual que el Vaticano II supone una nueva puesta al día, un nuevo aggiornamento, de la Iglesia Católica.

Hoy aunque aun siguen existiendo muchos socialistas cristianos ocultos (aun no se les permite participar en los medios de comunicación eclesiales) , el socialismo cristiano se presenta en muchas formas y sus ideas van evolucionando en cada lugar, generalmente en comunión con la Iglesia Católica. Apostando por fórmulas democráticas , participativas, comunitarias, sociales… enmarcadas dentro del concepto de «justicia social» e iglesia comunitaria.
En cuanto a la democracia cristiana, acabó por desaparecer y la mayor parte de los conservadores y liberales apostaron por el concilio Vaticano 2º, pero preservando el principio de Orden, Jerarquía eclesiástica y de Autoridad del clero en temas doctrinales. Suelen ser partidarios de restringir el papel de los Laicos en la Iglesia, permitiéndoles espacios de libertad tutelada.
Los hay tradicionalistas que no aceptan el Concilio Vaticano 2º, ni todo lo que se desarrolló posteriormente. Contrarios a la democracia cristiana y por supuesto profundamente contrarios a todo tipo de socialismo y de comunismos. Ellos prefieren el regreso a Trento (los mas extremistas) o al Concilio Vaticano 1º (los mas moderados).
Al final lo que se deduce de todo ello y de la encíclica que da titulo a este artículo, que la política, la ideología y la economía influyen poderosamente en las distintas corrientes cristianas dentro de la Iglesia Católica , por mucho que algunos se nieguen a reconocerlo. La diversidad existe en la iglesia Católica actual, por lo que la «unidad» debería basarse en el reconocimiento de la diversidad y la pluralidad. Si la Iglesia quiere prosperar y seguir existiendo ha de abrirse necesariamente a la democracia, al secularismo y al laicismo cristiano.
«El derrumbe del comunismo en 1989 ha dejado claro que el mundo ha entrado en un periodo posmoderno: después de 1918 y 1945 hay una tercera oportunidad para lograr un nuevo orden más pacífico y más justo. ¿Será posible abrir el camino a una economía nueva y responsable que vaya más del Estado del Bienestar que no podemos costear, y del Neoliberalismo antisocial? » (FTE. Hans Küng. La iglesia Católica, ed. Mondadori, 2002 P. 260)
De Rerum Novarum fue un primer aviso a navegantes, el mundo estaba cambiando y si la iglesia no cambiaba, esta dejaría de ser útil a la sociedad, dejaría de ser faro y referencia para los cristianos en la sociedad. Hoy la Iglesia avanza con el Proceso sinodal en su camino decidido hacia la democratización y secularización de la Iglesia. La Iglesia, entendida como organización o comunidad, no debe evitar el mundo secular, debe integrarse y desarrollarse en el mundo secular.
Creo que estamos ante una gran oportunidad y que no debemos ni despreciarla, ni subestimarla, ni rechazarla. Cometeríamos un gran error. Cambiar no significa acabar con la doctrina, ni acabar con los principios cristianos, como algunos erróneamente creen. Cambiar significa adaptarnos a los tiempos y que esa adaptación no sea lenta, sino rápida y flexible.
Francisco I al igual que Juan XXIII a abierto puertas y ventanas. Quien quiera entrar puede entrar y quien quiera salir puede hacerlo igualmente. Todos – conservadores y progresistas – cabemos en la Iglesia, solo hay que organizarse como una comunidad y establecer normas básicas de convivencia y coexistencia, que beneficien a todos y que no perjudiquen a nadie. Construyamos sobre lo que nos une, no sobre lo que nos divide.

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