Los historia ha muerto, larga vida a la inteligencia artificial…
Uno de los primeros usos de la escritura fue el contable, los mercaderes necesitaban llevar cuenta de lo que adquirían y de lo que vendían, al poner por escrito la cuenta de un proveedor o de un cliente, daban fe del acto comercial. Con el tiempo los reyes de la antigüedad comenzaron a ver que la escritura también servía para dar fe de sus hechos como soberanos, sus hazañas, sus guerras, sus justicia, su relación con aliados y enemigos, y así surgió la crónica encargada por la realeza, para su mayor gloria y memorial.
Con el paso del tiempo, los cronistas reales empezaron a «tunear» la imagen del rey, presentándolo como un ser divino o semidivino, como un ser hermoso y viril, como un poder incuestionable o héroe de mil batallas (Reales o ficticias). La imaginación se convirtió en un yacimiento inagotable para la propaganda política. Surgieron así las grandes leyendas, epopeyas y sagas literarias de la antigüedad que han llegado hasta nuestros días. Todas ellas tienen algunos elementos extraídos de la realidad histórica; otros son fruto de la imaginación del autor y de los exégetas de esos autores, que con el tiempo fueron ampliando la leyenda originaria y al mismo tiempo deformándola.
Un ejemplo muy conocido es el llamado «ciclo artúrico» en el ámbito de la literatura. Originariamente fue un intento sincero por parte de un clérigo medieval – Geoffrey de Mommouth (1090-1155) – por contar en base a los legajos que poseía en su rica biblioteca y a otros estudios hechos con anterioridad, la historia de Inglaterra (o Britania en la época) , o mas precisamente la crónica de los reyes ingleses «Historia Regnum Britannie«.
La obsesión por la búsqueda de referencias hacia el primer rey inglés le llevó toda su vida. Partió de la hipótesis de la historia entonces conocida de los monarcas anglosajones y jutos (Daneses) que surgieron tras la marcha de los romanos de las islas británicas y el momento de formación de la llamada Heptarquía anglosajona. Consideró que hubo un periodo obscuro «Edad Oscura» en la historia, en la que no había nada escrito, careciendo de medios y recursos para estudiar esa parte de la historia. La imaginación de Monmouth suplió los vacíos o lagunas históricas.
En 1050 el cristianismo europeo se había extendido a todo el continente y también a las islas británicas. Era la religión dominante en Europa. En ese año se produjo la segunda de las rupturas habidas en la cristiandad, la de occidente con respecto a la Bizantina.
La iglesia cristiana desde el Concilio de Nicea I (Siglo IV), se había organizado en «patriarcados» siguiendo la estructura territorial romana: Jerusalén (Actuales Israel, Palestina, Jordania), Antioquía (Siria, Norte dl actual Iraq, parte oriental de Anatolia), Constantinopla (Grecia, Turquía, y la mayor parte de los Balcanes y este de Europa), Alejandría (Norte de África hasta Egipto y cuerno de África hasta Etiopía) y Roma (Europa central y occidental, incluyendo a las islas británicas).
Los desacuerdos entre patriarcas afectó a la unidad de la iglesia patrocinada en el siglo IV por el emperador romano-bizantino Constantino «El Grande» en unión del patriarca de Constantinopla.
Entre el siglo V y XI se habían formado en la cristiandad occidental, muchos «Reinos» e «imperios» en el continente, en las islas británicas dos eran los reinos dominantes: Inglaterra y Escocia. Irlanda era un mero señorío feudal, vasallo del rey de Inglaterra. El rey de Escocia por entonces era «lord protector» de los escoceses. Aun no se habían librado batallas contra Inglaterra, pero muchos nobles y también miembros del clero deseaban completar la unión insular con el rey de Inglaterra como señor supremo de las islas.
De ahí que la propaganda del monarca inglés, con mas medios que los monarcas escoceses, se orientara a magnificar la obra civilizadora y cristiana del rey inglés y que esta magna obra sirviera para movilizar a los nobles y caballeros contra los «rebeldes» escoceses, contra clanes tribales escoceses que deseaban mantener la independencia y soberanía de su monarca.
G. De Mommouth formaba parte de este periodo en el que los escoceses, irlandeses e ingleses luchaban o bien por su independencia, o bien por el unionismo con Inglaterra. Guerras fratricidas de nobles que también usaban a los cronistas para alentar a sus tropas y reclamar derechos sobre el territorio (Reales o ficticios). Además de engrandecer al noble victorioso y humillar al noble derrotado. La historia usada como propaganda al servicio del poder.
Pero también hubo cronistas que deseaban contar lo sucedido a las generaciones venideras y muchos de estos cronistas eran eclesiásticos, eran nobles o eran personas cultas que a menudo tenían que ver con el mundo del derecho. Al desaparecer el derecho romano de las Islas británicas con la llegada al poder de los anglosajones, se impuso el derecho consuetudinario o derecho en base a la costumbre. De ahí la necesidad de encomendar a los cronistas, la gestión de los archivos físicos de los monarcas y sus territorios. Apareciendo así la figura del cronista-archivero.
Llegados a este punto es necesario hacer constar que casi el 90% de la población de las islas británicas en los siglos XII y XIII eran analfabeta sólo los nobles, eclesiásticos y corte real tenían acceso a instructores que les enseñaban a leer y escribir. La escritura en cierta forma se había convertido en un instrumento del poder. Saber leer o saber escribir convertía a la persona en una persona ilustrada y distinguida. muchos cuando escuchaban a estos eruditos cortesanos, nobles o eclesiásticos creían que todo lo que decían era cierto. No tenían otra forma de comprobar si lo que decían era cierto o falso. Los cronistas que recibían su remuneración por sus servicios a personas con poder político o religioso, adaptaban sus crónicas a los deseos de sus patrocinadores, de tal forma que se hicieron muchas obras que en realidad falsificaban los hechos reales.
Mommouth creó el personaje hoy – aun una hipótesis – del legendario rey Arturo y los caballeros de la tabla redonda, que se reunían en el fabuloso castillo/Reino de Camelot. Ese relato medieval ponía el acento en un rey guerrero cuyo cometido era reunir en un mismo reino a todos los pueblos de Inglaterra. Sus nobles eran el epítome de la nobleza caballeresca medieval muy en boga en la época, paladines legendarios , que nunca sufrían, morían o eran derrotados. Además Mommouth se adelanta a su tiempo y hace que el rey Arturo sea un calco del «rey David y del rey Salomón» bíblicos, con un carácter claramente mesiánico.
Mas adelante se incorporaron otras historias, como la «búsqueda del Grial», o la «dama del Lago», «la vida de Merlín» o «la historia de Lanzarote». Todas ellas incorporadas al ciclo artúrico por escritores posteriores hasta llegar incluso a nuestros días, la saga de Arturo ha dado mucho juego a la industria del cine y actualmente a juegos en la red. La historia del Rey Arturo hoy no tiene nada que ver con el texto original de Mommouth. Sino que se cuenta en base a las distintas versiones y añadidos posteriores.
Hoy en día ocurre lo mismo. La historia está siendo manipulada, falseada y mitificada por creadores de propaganda, usando las tecnologías hoy existentes, en especial la tecnología de Inteligencia Artificial. Esta tecnología puede crear de la nada una historia alternativa a la real, ser difundida en cualquier formato, medio, canal y forma desde cualquier lugar del mundo en tiempo real.
En cuestión de segundos puede cambiar la historia de un lugar o de un país, la biografía de un personaje histórico, o los hechos históricos. Estas aplicaciones dotadas de inteligencia artificial puede generar infinidad de libros de historia por minuto, que se comercializan al instante. Hoy es posible hacerlo y de hecho se hace con mas frecuencia de lo que se piensa. Grandes plataformas han incorporado editores virtuales dotados de inteligencia artificial que pueden actuar sin mediar humano alguno. La historia además de ser instrumento del poder, se ha convertido también en un producto comercial.
Esta forma de comercializar la historia generada con inteligencia artificial, es para muchos un gran negocio, donde se puede ganar dinero rápida y fácilmente. Para otros es una amenaza a la pervivencia de la profesión de historiador y una amenaza a los derechos ciudadanos a recibir información histórica fiable, cierta y real.
Aunque esta amenaza no sólo se ve sacudida por la Inteligencia Artificial mal utilizada, sino también por el fenómeno del revisionismo histórico. Cuando uno pregunta sobre la historia a personas que no forma parte del mundo de los historiadores, no de los aficionados a la historia, la mayoría de las veces nos dicen: «los historiadores no nos cuentan la verdad, son todos unos mentirosos y difunden mentiras«.
Nos encontramos de nuevo con esa obsesión por la «verdad» que viene precedido de la incertidumbre que crean las dudas y el relativismo que surge de poner en cuestión el trabajo de profesionales del ramo, en este caso, historiadores profesionales. En mi defensa diré que el historiador observa, investiga, se hace preguntas, busca respuestas, confirma o desmiente esas respuestas, plantea nuevas preguntas y después de mucho trabajo de investigación historiográfica, llega a unas conclusiones en base a lo investigado.
El origen del problema del desprestigio de los historiadores es variado y no responde a una única causa. Sino a varias. Durante muchos años los historiadores se han dedicado a trasladar el conocimiento (Conclusiones de la investigación) al mundo académico en forma de tesinas, tesis, informes o memorias. Con lo cual durante mucho tiempo se retroalimentaban y generalmente acababan estancados en tesis formuladas hacía siglos.
En ese mismo sentido los historiadores que se retroalimentaban usaban un léxico profesional inentendible por legos y profanos a la profesión. Lo cual resultaba poco o nada atractivo, incluso cuando se publicaban estos trabajos, al «gran público«. Muchas fechas, muchos nombres, citas a pie de página que ocupaban mas espacio que el texto principal, etc… El público demandaba conocimiento adaptado al lector en lengua vernácula y vehicular. Sobre todo no quería aburrirse con un libro de historia.
Apareció entonces el fenómeno de la «novela histórica» en la que escritores, que no eran historiadores, pero eran aficionados a los libros de historia, novelaban la historia de tal forma que creaban escenarios, personajes y tramas literarias en torno a hechos históricos reales.
Era una especie de recreación de la historia adaptada a la creación literaria. El boom de la «Novela histórica» dejó los estudios históricos profesionales en mal lugar, algo que no gustó mucho al mundo académico. Desde el mundo académico comenzó una campaña de desprestigio del escritor literario, que osaba adentrarse en el mundo académico, para trasladar el conocimiento histórico a las masas.
Por otra parte la novela histórica, en tanto recreación de la historia, dio pie a que algunos historiadores, políticamente incorrectos, se decidieran a revisar la historia porque habían detectado que la parte de ficción de la novela histórica dejaba huecos y vacíos en la historia, como: la vida cotidiana, las mentalidades del pueblo, las relaciones entre el poder y el pueblo, las invenciones de cada época, la sanidad, la educación, infinidad de temas que nunca se habían tratado por los historiadores, mas centrados hasta entonces en las grandes batallas, los grandes acontecimientos y las figuras destacadas. Siempre habían desechado la historia de la vida cotidiana por no ser «interesante«.
La novela histórica es el punto de arranque del revisionismo histórico. Su alta demanda, disparó la producción y la comercialización de novelas históricas, hasta el punto que se convirtió en un nuevo género literario. Al ser obra literaria la ficción fue progresivamente ocultando la parte histórica. Ya no interesaba si el relato novelado era ficción o realidad, lo importante de cualquier autor literario es entretener, es estimular la imaginación y la creatividad, es crear mundos imaginados. La parte histórica acabó siendo testimonial y sobre todo acabó siendo una escusa para crear una novela.
Los revisionistas históricos querían contrarrestar este auge de la ficción histórica, revisando la historia y publicando libros de historia pensados ya para el gran público. A menudo hoy vemos libros de historia hecho por historiadores, en el que apenas hay citas bibliográficas o documentales, y eso es debido a que el objetivo es divulgar el conocimiento de la historia obtenido por historiadores, pero destinado a las masas.
El problema es que muchos lectores ya no saben distinguir entre ficción y realidad. Las novelas históricas parecen tan reales, al igual que películas basadas en estas novelas, que muchos consideran que los hechos que relatan los novelistas o los guionistas de películas se basan en hechos reales. Y muchos consideran que la historia fue tal y como la ficción la presenta.
Cuando un historiador escribe y muestra la historia real, revisada o no, esta a menudo se contradice con la presentada por la ficción. Muchos consideran que la historia «contada» por los historiadores es ficción y la «narrada» por escritores que no son historiadores o por los creadores de contenido digitales, es la historia real.
Intereses políticos, intereses económicos-comerciales, intereses ideológicos, etc… controlan los medios de creación de la historia ficticia o alternativa. Los historiadores, tenemos un gran problema que superar: ser creíbles.
Hace unos días un funcionario en una conversación informal que surgió sobre la marcha, me preguntó como podía saber si la historia era real o ficticia. Se preguntaba también cómo podía saber la verdad en relación a la historia. Son preguntas con las que habitualmente me encuentro a menudo últimamente. Y no soy el único historiador al que han hecho esta pregunta.
Mi respuesta fue, primero, la acreditación del autor, los historiadores hemos estudiado una carrera universitaria y tenemos un título que nos acredita como tales. En algunos lugares la colegiación profesional es obligatoria, en otros casos no lo es. Muchos historiadores forman parte de sociedades e instituciones especializadas profesionales. también somos muchos los que trabajamos por cuenta propia, pero no aislados. El intrusismo profesional es muy habitual, pero los historiadores estamos indefensos ante dicho intrusismo. Muchos consideran que no existe la profesión. Mas por ignorancia que por maldad. Pero eso nos impide en muchos casos actuar contra ellos con contundencia.
La segunda respuesta es un truco: la mayoría de los que se dedican a la ficción histórica no suelen contextualizar sus relatos en la época histórica en el que supuestamente se desarrolla la trama relatada. A menudo es común ver anacronismos o situaciones que jamás se hubieran podido dar en la época. La falta de conocimientos del autor, sobre todo si es un autor comercial, hace que muchos elementos se tomen del mundo actual y no del periodo histórico. Un relato descontextualizado de la historia es una forma sencilla de averiguar si es ficción o realidad.
Los historiadores profesionales y también autores que no son historiadores, que se adentran en la historia por afición, los cuales suelen indagar e investigar antes de escribir su relato, siempre contextualizan sus trabajos. Son puristas en la contextualización. La contextualización forma parte del código deontológico de los historiadores.
Al igual que el aforismo «No se puede juzgar el pasado con los ojos del presente«, principio básico de cualquier historiador que se precie. Al igual que no dar nada por cierto hasta que se comprueba mil veces; no confundir una hipótesis con una tesis; tomar distancia de los hechos históricos… Hay cientos de técnicas y métodos para determinar si un libro de historia lo ha hecho un historiador, un novelista o la inteligencia artificial (De esto también hay trucos para averiguarlo).
Heródoto, considerado el «padre de la Historia» , planteaba en la Antigua Grecia, que es competencia de los historiadores investigar la historia, por lo que si alguien quiere saber la historia de un lugar o una persona, o un hecho histórico, debe consultar a un historiador.
Una recomendación que yo traslado al publico lector. Los historiadores tenemos conocimiento de la historia, porque investigamos en fuentes primarias, archivos, bibliotecas, centros de investigación. También recopilamos testimonios de personas que vivieron hechos históricos, también excavamos e investigamos las evidencias arqueológicas y trabajamos de forma multidisciplinar con otros científicos de distintas áreas. Usamos la metodología historiográfica y tratamos de presentar tras nuestro trabajo, nuestras propias conclusiones en base a la investigación realizada, para general conocimiento de la ciudadanía.
La historia no tiene por objeto buscar la «Verdad» absoluta, moral e inmutable, eso es cosa de filósofos y teólogos, no de historiadores. La historiografía – o ciencia de la historia (enmarcada tanto en las áreas de conocimiento de Humanidades, como en las Ciencias Sociales) – tiene por objeto conocer el pasado de la humanidad y las sociedades que se han generado a lo largo del tiempo. Los historiadores creemos que no debe ser usada como argumento político, ni como arma arrojadiza contra el rival político. Y por supuesto no se debe inventar, falsear, manipular, la historia. Conocer la historia real es un derecho que tienen todos los ciudadanos. Quien no respeta a los profesionales, niega derechos a los ciudadanos.
El revisionismo profesional es bueno y necesario, la historia no es algo estático, ni inmutable, es dinámico. En cualquier momento pueden aparecer evidencias históricas (de distinto tipo) que una vez estudiadas y analizadas, puede cambiar la forma como hasta entonces hemos entendido la historia. Las revisiones positivas son aquellas que amplían y actualizan el conocimiento de la historia. Las negativas, son aquellas que tratan de falsear y manipular la historia en provecho propio o ajeno en virtud de intereses creados que nada tienen que ver con la historia o con los profesionales de la historia. Apostemos por las primeras y no por las segundas.
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